A favor y más allá de Galileo
En el diálogo Belarmino-Galleo se produce un hecho irónico. El teólogo mantiene una actitud más científica que el astrónomo[78]. Pero el astrónomo intuye el sentido de la Biblia mucho mejor que el teólogo. Tras haber llegado a esta conclusión, advertí que lo mismo había dicho Juan Pablo II en su Discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias el 31 de octubre de 1992[79]:
«Paradójicamente, Galileo, un creyente sincero, fue más perspicaz sobre este punto que sus adversarios teólogos. «Si la Escritura no puede errar, escribe a Benedetto Castelli, algunos de sus intérpretes y comentaristas pueden hacerlo y de muchas maneras». Se conoce también su carta a Christine de Lorraine (1615) que es como un pequeño tratado de hermenéutica bíblica».
Sin embargo, como indica Carroll, tanto Galileo como sus inquisidores «estaban convencidos de que la Biblia contiene verdades científicas y de que, basándose en lo que sabemos que es verdad por las ciencias naturales, podemos descubrir la misma verdad en pasajes bíblicos relacionados»[80]. Juan Pablo II parece compartir este punto de vista. La Sagrada Escritura contiene verdades científicas, no contiene errores, y si alguien se equivoca son sus intérpretes.
Las palabras que he subrayado constituyen, en mi opinión, la diferencia radical entre Galileo y la exégesis moderna: la Biblia no contiene verdades científicas. Las afirmaciones que contiene de este tipo no se deben a una revelación divina sino a la adopción de modelos científicos, generalmente mesopotámicos, de la época. No quiero decir que la Biblia se limite a copiar el Enuma elish en el relato de la creación o la Tabla XI de Gilgamés en el relato del diluvio. Se inspira en ellos para introducir precisamente su gran aportación teológica: hacer compatible la mentalidad de la época con el monoteísmo yahvista.
En cualquier caso, incluso dentro de una mentalidad mucho más tradicional, debemos reconocer humildemente tres hechos: 1) la Biblia no ha contribuido nada al progreso de las ciencias, incluso ha supuesto a menudo un obstáculo. 2) La culpa la ha tenido la ignorancia de los intérpretes, como decía Galileo, aunque también debemos ser comprensivos con ellos. 3) Las ciencias naturales han hecho una gran contribución al estudio de la Biblia, ayudándonos a centrarnos en su auténtico mensaje.
[1] J. L. Sicre, Introducción al Antiguo Testamento, 2ª ed. Verbo Divino, Estella 2011, pp. 21-47.
[2] Esta afirmación, que parece intrascendente, provocará problemas cuando Galileo descubra los cráteres de la luna, que rompen la idea de una esfera perfecta.
[3] Esta idea se atribuyó más tarde a los pitagóricos, y así aparece en el Decreto del Santo Oficio de 1616. Es la que renueva Copérnico, aunque no la cita, probablemente porque no la conoció.
[4] La explicación de Aristarco, completamente acertada, no pudo confirmarse hasta 1838, cuando Besse midió el paralaje de una estrella fija, la 61 de la constelación de Cisne.
[5] Una exposición más técnica y completa de la postura de Copérnico en A. Fantoli, Galileo. Por el copernicanismo y por la iglesia. Verbo Divino, Estella, 2010, pp. 43-50; Th. S. Kuhn, La revolución copernicana. La astronomía planetaria en el desarrollo del pensamiento occidental, Ariel, Buenos Aires 1981.
[6] «Mientras muchos teólogos protestantes, y al frente de ellos Lutero, que calificó a Copérnico de necio, y aun el mismo erudito Melanchton, combatían agriamente el nuevo sistema, como si estuviera en contradicción con la Biblia, la obra trascendental del canónigo de Frauenburg se pudo imprimir en 1543 con una dedicatoria a Paulo III» (L. Pastor, Historia de los Papas, Vol. XII, Ediciones G. Gili, Barcelona 1953, p.441). Galileo, en su carta a Cristina de Lorena, que luego comentaré, ofrece una opinión que también me parece algo sesgada a propósito de la obra culmen de Copérnico, Sobre las revoluciones de las esferas celestes: «…dicha obra, publicada por aquel entonces, ha sido bien recibida por la Santa Iglesia, y leída y estudiada por todo el mundo, sin que jamás se haya formulado reparo alguno a su doctrina.»
[7] Se escribe a veces que la obra apareció muerto ya Copérnico. Fantoli, basándose en el testimonio del obispo Giese, íntimo amigo de Copérnico, escribe: «Afectado ya meses antes por una parálisis cerebral, estaba moribundo cuando llegó a sus manos una copia del De revolutionibus» (A. Fantoli, Galileo, 49s.
[8] N. Copérnico, Sobre las revoluciones de las esferas celestes. Traducción, estudio preliminar y notas de Carlos Mínguez Pérez, Altaya, Barcelona 1997. También en Stephen Hawking (ed.), A hombros de gigantes. Las grandes obras de la física y la astronomía. Crítica, Barcelona 2003, pp. 11-350.
[9] Véase A. Fantoli, Galileo, 50-55.
[10] Diego de Zúñiga, In Job commentaria, Toledo 1594, pp. 205-206.
[11] Sobre la complejidad del pensamiento científico y religioso del siglo XVI véase F. Laplanche, “Le mouvement intellectuel et les églises”, en Histoire du Christianisme des origines à nous jours, sous la direction de J.-M. Mayeur et. alii. Tome VIII, Le temps des confessions (1530-1620/30). Desclée, París 1992, pp. 1061-1120, esp. 1087-1084). Resulta extraño que la obra de José García Oro, Historia de la Iglesia. III. Edad moderna, BAC, Madrid 2005 no cite ni una vez a Copérnico y Galileo al tratar los siglos XVI-XVII.
[12] Las obras completas de Galileo han sido editadas en 20 volúmenes por A. Favaro, Le Opere di Galileo Galilei, Edizione Nazionale. G. Barbèra, Florencia 1968. La bibliografía es enorme, como puede verse en el excelente estudio de Annibale Fantuli, Galileo. Por el copernicanismo y por la iglesia. Verbo Divino, Estella 2010, pp. 513-534. Aconsejo también A. Beltrán Marí, Galileo. El autor y su obra. Barcanova, Barcelona 1983; Id., Galileo, ciencia y religión. Paidós, Barcelona 2001; M. Artigas – W. R. Shea, El caso Galileo: Mito y realidad. Encuentro, Madrid 2009; W. R. Shea ‒ M. Artigas, Galileo en Roma: Crónica de 500 días, Encuentro, Madrid 2003; M. Sánchez de Toca – M. Artigas, Galileo y el Vaticano, Encuentro, Madrid 2008; José Antonio Yoldi, El caso Galileo. Elementos para una lectura postcartesiana. Conflicto entre investigación y ciencia. Cuadernos del Institut de Teologia Fonamental 27, Barcelona 1994. Has dos breves biografías de Galileo en castellano: Stilman Drake, Galileo, Alianza, Madrid 1983; J. Hemleben, Galileo. Salvart, Barcelona 1985. La más actual la de J. L. Heilbron, Galileo. Oxford University Press 2010, ha recibido críticas muy duras de los lectores.
[13] Les pondrá el nombre de “astros mediceos” I, II, III, IV en honor de Cosme de Médicis, Gran Duque de Toscana. Hoy se los conoce como satélites galileanos: Calixto, Europa, Ganímedes e Ío.
[14] Traducción, introducción y notas de C. Solís en G. Galileo – J. Kepler, El mensaje y el mensajero sideral. Alianza, Madrid 1984. Muy buena la edición Galileo Galilei, Sidereus Nuncius. Traduzione con testo a fronte, prefazione e note di Maria Timpanaro Cardini, Sansoni, Florencia 1948. El sentido del título lo discute ampliamente Albert van Helden en su introducción a la traducción inglesa de la obra. Cf. Sidereus nuncius or The Sidereal Messenger, The University of Chicago Press 1989, pp. ix-xi. Galileo lo tradujo al italiano por “Avviso sidéreo” y “Avviso astronómico”, aunque las traducciones actuales oscilan entre “Mensajero celeste” y “Mensaje celeste”. Carlos Solís rompe con la tradición traduciendo “La gaceta sideral”; véase su justificación en pp. 27-28.
[15] «Para no parecer un ceporro, ya que otros han comenzado el tema, he dicho dos palabras para mostrarme vivo, y dije, como digo, que la opinión del tal Ipernico, o como se llame, parece ir en contra de la Divina Escritura» (traducción mía). («Per non parere uno ceppo morto, sendo da altri cominciato il ragionamento, ho detto due parole per esser vivo, e detto, come dico, che quella opinione di quell'Ipernico, o come si chiami, apparisce che osti alla Divina Scrittura»). La carta en Galileo Galilei, Dal carteggio e dai documenti. Pagine di vita di Galileo a cura di Isidoro del Lungo e Antonio Favaro, Sansoni, Florencia 1915, reedición de 1969, nº 79.
[16] Galileo Galilei, Dal carteggio, nº 189.
[17] Fantoli intenta ponerse en el punto de vista de Lorini, cosa que considero correcta: «En la carta a Castelli, Galileo había entrado en cuestiones teológicas, pretendiendo él ‒simple hombre de ciencia‒ tratar de los problemas de interpretación bíblica. Esto era muy grave (también los demás padres estaban de acuerdo), porque constituía un ejemplo de aquella particular interpretación de las Sagradas Escrituras que había sido condenada por la iglesia católica.» (Galileo, p. 186)
[18] Se trata de una copia de la carta escrita por Galileo a Castelli.
[19] Tratan ampliamente el tema Fantoli, Galileo, 236-271 y J. Brodrick, The Life and Work of Blessed Robert Francis Cardinal Bellarmine S. J., Burns Oates and Washbourne Ltd, Londres 1928, pp. 326-373 (“The First Troubles of Galileo). Mucho más breve A. M. Fiocchi, San Roberto Belarmino, Sal Terrae, Santander 1931, pp. 448-451. Una exposición seria, pero más periodística, en R. Presenti, Galileo e Bellarmino: leggenda e verità. Lettura moderna di una disputa antica. Le Balze, Montepulciano 2004.
[20] Le Opere di Galileo XIX, 321.
[21] Le Opere XIX, 321-322.
[22] Los problemas que plantea el primer documento, mucho más duro, y con la intervención inesperada del Comisario Seghezzi ha hecho dudar sobre su autenticidad. El tema lo estudia detenidamente Fantoli, Galileo, 242-251.
[23] Le Opere di Galileo Galilei, XIX, 348.
[24] Le Opere di Galileo Galilei,XIX, 339.
[25] Véase A. Beltrán Marí, Galileo, ciencia y religión, pp. 129-170 (“El problema del precepto del 26 de febrero de 1616 a Galileo. Documentos, reconstrucciones y apología”).
[26] M. Artigas, «Lo que deberíamos saber sobre Galileo». I., en el blog publicado por Vicente Huerta http://textoshistoriadelaiglesia.blogspot.com.es/2013/08/sobre-el-caso-galileo-i.html. La intervención del Santo Oficio la trata ampliamente A. Fantoli, Galileo, pp. 236-260.
[27] Le Opere di Galileo Galilei, XII, 390s. Traducción de V. Navarro Brotons, Galileo, Antología. Península, Barcelona 1991, pp. 337-338 (subrayado mío).
[28] Il Saggiatore, “La balanza de precisión”, en controversia con el título del jesuita Orazio Grassi (bajo el pseudonimo de Lotario Sarsi), Libra astronómica ac philosophica, que alude a la balanza normal. Texto en Le Opere di Galileo Galilei VI, 199-372; traducción española parcial en Navarro (ed.), Galileo, Antología, pp. 81-120. Las cambiantes relaciones entre los jesuitas y Galileo las ha estudiado Ignacio Núñez de Castro, «De la amistad y desencuentro de Galileo con los jesuitas»: Archivo Teológico Granadino 68 (2005) 79-109; véase también A. Beltrán Marí en la Introducción a su traducción del Diálogo sobre los dos máximos sistemas, pp. XVI-XXV (“Los jesuitas: ciencia y obediencia); M. Artigas – W. R. Shea, El caso Galileo, 306-313 (“Galileo y los jesuitas”) y W. R. Shea ‒ M. Artigas, Galileo en Roma: Crónica de 500 días, Encuentro, Madrid 2003.
[29] Le Opere, VI, 366.
[30] Tenemos en castellano la excelente edición de Antonio Beltrán Marí, Galileo Galilei, Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano, Alianza, Madrid, 1995. En italiano, edición crítica y comentario a cargo de O. Besomi y M. Helbing, Dialogo sopra i due massini sistemi del mondo tolemaico e copernicano, 2 vols. Antenore, Padua 1998.
[31] El texto completo de la abjuración puede verse en S. Hawking (ed.), A hombros de gigantes, p. 351s.
[32] Véase J. A. Yoldi, El caso Galileo, pp. 23s.Amplia exposición en A. Fantuli, Galileo, c. 7: “La cuestión galileana desde el fin del proceso hasta nuestros días” (pp. 465-511). Muy interesante también, aunque podría haber evitado algún insulto, A. Beltrán Marí, Galileo, ciencia y religión, c. 6: “Galileo y el intento de autorrehabilitación de la Iglesia católica” (pp. 203-248); W. Brandmüller, Galileo y la Iglesia. 2ª ed. Rialp, Madrid 1992; F. Beretta (ed.), Galilée en procès, Galilée réhabilité? Éditions Saint-Augustin, St. Maurice 2005.
[33] Para el ámbito judío basta recordar los numerosos milagros de Moisés, Elías, Eliseo, Isaías, y los de Jesús en el Nuevo Testamento. En cuanto al ámbito griego, basta un dato: tres estelas del santuario de Esculapio encontradas en 1883 narran setenta milagros: siete casos de oftalmia; cuatro de embarazo inesperado; dos casos de parto después de 5 y de 3 años de embarazo; cuatro casos de parálisis; tres curaciones de cojos; tres casos de tenia intestinal; dos casos de heridas por lanza; dos casos de úlcera; dos casos de absceso purulento; dos casos de litiasis; dos casos de marcas en la frente; una serie de casos aislados: afasia, envenenamiento, pérdida de cabellos, hidropesía, infección de pulgas, dolor de cabeza, tisis, gota, reparación de una copa rota, hallazgo de un niño perdido. Se trata esencialmente de curaciones.
[34] Ya en el siglo II a.C., el historiador Polibio se rebelaba contra una serie de pretendidos portentos muy difundidos en ciertos ámbitos. Por ejemplo, que la estatua de Artemis, que se encontraba al aire libre, nunca se mojaba de nieve ni de lluvia; o que hay cuerpos que, expuestos a la luz, no proyectan ninguna sombra, como los visitantes del santuario de Zeus en Arcadia. Para Polibio, «cuando se trata de cosas que contribuyen a fomentar la piedad popular en los dioses, los historiadores pueden tener cierta excusa al referir milagros o leyendas de este tipo, pero no es admisible que se pasen de la medida. Quizá sea difícil poner un límite en las cosas, pero no es imposible. Por eso, según creo, hay que perdonar los errores ligeros y las pequeñas mentiras, pero no hay que tolerar los excesos en esta materia» (Historias XVI, 12).
[35] Newton se interesó durante años por la teología, llegando a conclusiones muy radicales (por ejemplo, negaba la Trinidad, la resurrección, etc.). Véase Sergio Hernán Orozco Echeverri, Isaac Newton y la reconstitución del palimpsesto divino. EditorialUniversidad de Antioquia, 2009.
[36] Cf. M. Hesse, «Miracles and the Laws of Nature», en G. F. D. Moule, Miracles. Cambridge Studies in Their Philosophy and History, A. R. Mowbray & Co Ltd, Londres 1965, pp. 33-42.
[37] http://www.lourdes-france.org/upload/pdf/sp_guerisons.pdf
[38] E. Renan, Vie de Jésus, 11ª ed., París 1864, p. L (traducción mía).
[39] Muy interesante la obra de F. Rodé, Le miracle dans la controverse moderniste, Beauchesne, Paris 1965.
[40] Esta postura la encontramos también en J. M. Riaza Morales, Azar, Ley, Milagro. Introducción científica al estudio del milagro, BAC 236, Madrid 1964: «El milagro supone una intervención especial del Creador, que modifica en un caso particular el curso normal de las coas. Se da una ley que funciona con constancia, un orden estable, y el milagro es un hecho excepcional, producido por la interferencia con las causas ordinarias de una nueva causa, que rara vez entra en juego manifiestamente. Negativamente, la intervención divina puede impedir la acción de las causas naturales; impedir, por ejemplo, que el fuego queme a una persona que permanezca en medio de las llamas. Positivamente, esa intervención puede producir hechos que sobrepasen las fuerzas de la Naturaleza: resurrección de un muerto, curación repentina de una cáncer, etc. » (p. 287).
[41] «No estoy completamente seguro del milagro de Lourdes, sólo concluyo que es muy probable» (J. Bricout, “Faites et idées»: Revue du Clergé Français, 15 de junio de 1905, pp. 152-159; cf. p. 153.
[42] «Salta a la vista que este concepto apologético del milagro está pensado en estricta contraposición al pensamiento científico-natural moderno y a la idea de una relación de causalidad y determinación sin lagunas. En un examen más detenido, este concepto de milagro se revela, sin embargo, como una fórmula vacía. Así entendidos, los milagros sólo serían inequívocamente constatables si conociéramos de forma exhaustiva todas las leyes de la naturaleza y fuéramos capaces de entender al detalle su funcionamiento en cada caso concreto. Sólo entonces podríamos demostrar con rigor que un determinado suceso ha de ser entendido como causado directamente por Dios. Pero en ningún caso tenemos a nuestra disposición un conocimiento de todas las relaciones de condicionamiento posibles tan completo como sería necesario para llevar a cabo tal demostración.» (W. Kasper, Jesús el Cristo, Sal Terrae, Santander 2013, pp. 144-145.
[43] Biografía de Darwin: Peter J. Bowler, Charles Darwin: el hombre y su influencia. Alianza, Madrid 1995. Aconsejo algunos títulos dentro de la inmensa bibliografía: F. J. Ayala, La teoría de la evolución. De Darwin a los últimos avances de la genética. Temas de hoy, Madrid 1999; Id., Darwin y el diseño inteligente. Creacionismo, cristianismo y evolución. Alianza, Madrid 2007; Niles Eldredge, Darwin: el descubrimiento del árbol de la vida. Katz, Madrid 2009, L. Sequeiros, El diseño chapucero. Darwin, la biología y Dios. Ediciones Khaf, Madrid 2009; M. Ruse, ¿Puede un darwinista ser cristiano? Siglo XXI, Madrid 2007.
[44] Sobre los precursores y seguidores de Darwin véase A. A. Makinistian, Desarrollo histórico de las ideas y teorías evolucionistas, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004. Los principales textos pueden verse en V. Somenzi (ed.), L'evoluzionismo: un’antologia dagli scritti di Lamark, Darwin, Huxley, Haeckel, con saggi storico-critici di Montalenti, Omodeo, Cassirer, Farrington, Medawar, Loescher Editore, Turín 1971.
[45] Ch. Darwin, On the Origen of Species by Means of Natural Selection. A partir de la sexta edición de 1872 lleva el título más conocido de The Origen of Species. Traducción castellana de Enrique Godínez con prólogo de Juan Luis Arsuaga, El origen de las especies. Ciro Ediciones 2011. Es muy interesante la versión abreviada, con abundantes fotografías, realizada e introducida por Richard E. Leakey, Charles Darwin. El origen de las especies, Ediciones del Aguazul, Barcelona 2009.
[46] El origen de las especies, p. 56.
[47] Ch. Darwin, The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex. Londres 1871. Utilizo la última edición en español, El origen del hombre. Traducción y edición de Joandomènec Ros, Epílogo de Carles Lalueza-Fox, Crítica, Barcelona 2009.
[48] El origen del hombre, p. 800.
[49] Como visión de conjunto aconsejo el punto 5 del artículo sobre Charles Darwin en Wikipedia. También el de “Historia de las objeciones y críticas a la teoría de la evolución”. Recientemente, algunos ven las mayores objeciones desde el punto de vista de la genética. Cf. Javier Sampedro, Deconstruyendo a Darwin. Los enigmas de la evolución a la luz de la nueva genética. Crítica, Barcelona 2002, 2ª ed. 2006.
[50] Th. F. Glick – M. Artigas, Seis católicos evolucionistas: El Vaticano frente a la evolución (1877-1902), BAC, Madrid 2010; M. Artigas – R. Martínez, «La Iglesia y el evolucionismo: el caso de Raffaello Caverni»: Scripta Theologica, 36 (2004) 37-68; Thomas F. Glick, Darwin en España. Epílogo de Jesús I. Català Gorgues. Universitat de València, 2010. La situación en Granada la ha estudiado Leandro Sequeiros en dos obras: Granada y el darwinismo. Discurso de Rafael García Álvarez (1872 y la censura sinodal. Presentación y notas de Leandro Sequeiros San Román, Editorial Universidad de Granada, 2009; Id., Darwin en Granada. Rafael García Álvarez y el Arzobispo Monzón. Editado por el autor, Córdoba 2010.
[51] Granada y el darwinismo. Presentación de L. Sequeiros, p. XXXI.
[52] «…animas enim a Deo immediate creari catholica fides nos retinere iubet» (Humani generis: AAS 42 [1950], p. 575).
[53] «En cuanto al aspecto puramente naturalista de la cuestión, ya mi inolvidable predecesor, el Papa Pío XII, en la encíclica Humani generis, llamaba la atención en 1950 sobre el hecho de que el debate referente al modelo explicativo de evolución no es obstaculizado por la fe si la discusión se mantiene en el contexto del método naturalista y de sus posibilidades [...]. Según estas consideraciones de mi predecesor, una fe rectamente entendida sobre la creación y una enseñanza rectamente concebida de la evolución no crean obstáculos: en efecto, la evolución presupone la creación; la creación se encuadra en la luz de la evolución como un hecho que se prolonga en el tiempo - como una creatio continua - en la que Dios se hace visible a los ojos del creyente como ‘Creador del cielo y de la tierra’» (Juan Pablo II, discurso en el Simposio científico internacional sobre Fe cristiana y teoría de la evolución, 26 de abril de 1985). Once años más tarde insiste en que el espíritu no puede considerarse pura producción de la materia: «En consecuencia, las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Por otra parte, esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona» (Juan Pablo II, Mensaje a los miembros a la Academia Pontificia de Ciencias, 22 de octubre de 1996).
[54] «Entre los fenómenos naturales explicados por la selección natural se encontraban las características mismas de humanidad de las que estamos tan orgullosos. Se hizo plausible que nuestro amor por nuestras parejas e hijos y que, según el trabajo de los biólogos evolutivos modernos, aun principios morales más abstractos como la lealtad, la caridad y la honestidad, tengan su origen en la evolución y no en un alma creada por una divinidad».
[55] Daniel Dennet, Romper el hechizo, Katz, Madrid 2007.
[56] Sobre el descubrimiento progresivo del universo desde los griegos hasta nuestros días, la mejor exposición que conozco a nivel de alta divulgación es la de I. Asimov, Introducción a la ciencia. I. Ciencias físicas. Ediciones Orbis, Barcelona 1986, pp. 29-88 (“El universo”). La obra de S. F. Mason, Historia de las ciencias 2. Del siglo XVIII al XX. Alianza Editorial, Madrid 2012, trata “La astrofísica y las teorías sobre la estructura del universo” en las pp. 469-489, pero se remonta a la edición original inglesa de 1986 y no completa lo anterior.
[57] J. Levy, Rivalidades científicas. De Galileo al proyecto genoma humano, Editorial Paraninfo, Madrid 2010, p. 19.
[58] Asimov, o.c. p. 65.
[59] De aquí proviene la expresión Big Bang, curiosamente inventada por un detractor de la teoría: el astrofísico inglés Fred Hoyle, durante una intervención en la BBC en 1949.
[60] Michio Kaku, Universos paralelos. Los universos alternativos de la ciencia y el futuro del cosmos. Edición digital de Koothrapali & Horus, p. 26s. La 4ª edición en papel Ediciones Atalanta, Girona 2011. El tema lo trata también Brian Greene, La realidad oculta. Universos paralelos y las profundas leyes del cosmos. Crítica, Barcelona 2011.
[61] El problema lo plantean en la p. 131 de la edición epub de El gran diseño: «Parece haber un vasto paisaje de universos posibles. Tal como veremos en el capítulo siguiente, los universos en que pueda existir vida como la nuestra son raros. (…) ¿Es una evidencia de que el universo, a fin de cuentas, fue diseñado por un Creador benévolo? ¿O bien la ciencia ofrece otra explicación?». Tras exponer los datos científicos, vuelve sobre el tema del diseño inteligente en las páginas 142ss.
[62] Muy aleccionadora, amena e interesante es la obra de Joel Levi, Rivalidades científicas. De Galileo al proyecto genoma humano. Paraninfo, Madrid 2010.
[63] F. J. Ayala, Darwin y el diseño inteligente, pp. 23-24.
[64] De gran éxito en los años 40-60, la última edición es la de Ediciones Alonso, Madrid 1979.
[65] Veáse Francisco Blázquez Paniagua, «A Dios por la ciencia. Teología natural en el franquismo»:Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, vol. LXIII, nº 2, julio-diciembre 2011, págs. 453-476.
[66] R. J. Blackwell, Galileo, Bellarmine, and the Bible. University of Notre Dame Press, Londres 1991; U. Baldini, «L’astronomia del cardinale Bellarmino», en P. Galluzzi (ed.), Novità celesti e crisi del sapere. Atti del convegno internazionale di studi galileiani. Supplemento agli Annali dell’Istituto e Museo della Storia, Florencia 1983, 293-305.
[67] El caso me recuerda a un musulmán muy amigo que ha intentado convencerme varias veces de que la huella dactilar, descubierta por Juan Vucetic a finales del siglo XIX (las primeras fichas dactilares las hizo el 1 de septiembre de 1891) se encuentra ya en el Corán.
[68] H. M. Morris, The Biblical Basis for Modern Science, 1984; edición revisada Master Books 2002. Pocos años antes, y limitándose al ámbito del universo, había defendido esta postura Karel Claeys, Die Bibel bestätigt das Weltbild der Naturwissenschaft (“La Biblia confirma la imagen del mundo de las ciencias naturales”), Christiana Verlag, Stein am Rhein 1979.
[69] http://www.christiananswers.net/spanish/q-eden/edn-t003s.html
[70] Galileo Galilei, Carta a Cristina de Lorena y otros textos sobre ciencia y religión. Traducción, introducción y notas de Moisés González. Alianza, Madrid 1994; Id., Lettera a Cristina di Lorena, ed. por F. Motta, Marietti, Génova 2000. La carta se puede bajar desde la Biblioteca virtual Cervantes.
[71] Richard Blackwell, Galileo, Bellarmine, and the Bible. University of Notre Dame Press, 1991; William E. Carroll, “Galileo and the Interpretation of the Bible”: Science & Education 8 (1999) 151-187; una version más breve la ofreció en el Congreso celebrado en La Orotava: «Galileo and Biblical Exegesis», en Largo campo da filosofare. Eurosymposium 2001, editado por José Luis Montesinos y Carlos Solís. Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia. La Orotava 2001, pp. 677-691; R. Fabris, Galileo Galilei e gli orientamenti esegetici del suo tempo. Accademia Pontificia delle Scienze, Roma 1886; Mauro Pesce, “L’interpretazione della Bibbia nella lettera di Galileo a Cristina di Lorena e la sua reazione. Storia di una difficoltà nel distinguere ciò che è religiosa da ciò che non lo è”: Annali di storia dell’esegesi 4 (1987) 239-284;.
[72] Interpretar de forma literal no es lo mismo que interpretar el sentido literal. Todo texto de la Escritura tiene un sentido literal, que el exégeta debe descubrir y proponer (p. ej., la “mano de Dios” significa el “poder de Dios”). Algo muy distinto es el literalismo de afirmar que “Dios tiene mano”. Contra esto advierte Galileo. Así lo indica con toda justicia Carroll, “Galileo”, 680.
[73] La idea se encuentra también en comentaristas bíblicos contemporáneos como el jesuita español Benedictus Pererius (1535-1610): «Al tratar las enseñanzas de Moisés, no pienses ni afirmes nada… contrario a la evidencia manifiesta y a los argumentos de la filosofía o de otras disciplinas. Dado que cualquier verdad concuerda con otra verdad, la verdad de la Sagrada Escritura no puede ser contraria a los argumentos verdaderos y a la evidencia de las ciencias humanas» (Commentariorum et disputationum in Genesim tomi quattor. Roma 1591-1599,I, 10-13, citado por Blackwell, Galileo, 21s.).
[74] «Nuestros autores sagrados conocieron sobre la figura del cielo lo que se conforma a la verdad, pero el Espíritu de Dios, que hablaba por medio de ellos, no quiso enseñar a los hombres estas cosas que no reportaban utilidad alguna para la vida futura» (San Agustín, De Genesi ad litteram, II, cap. IX). Cita también Galileo, sin nombrarlo, al cardenal Baronio, «un eclesiástico que se encuentra en un grado muy elevado de la jerarquía, a saber, que la intención del Espíritu Santo es enseñarnos cómo se va al cielo, y no cómo va el cielo».
[75] «… è ofizio de' saggi espositori affaticarsi per trovare i veri sensi de' luoghi sacri, concordanti con quelle conclusioni naturali delle quali prima il senso manifesto o le dimostrazioni necessarie ci avesse resi certi e sicuri.»
[76] Poco después añade, con una buena dosis de ironía: «sin duda sería más conveniente para la dignidad de los Textos Sagrados que no se tolerara que los más superficiales y los más ignaros de los escritores los comprometieran, salpicando sus escritos con citas interpretadas o más bien extraídas en sentidos alejados de la recta intención de la Escritura, sin otro fin que la ostentación de un vano ornamento».
[77] W. E. Carroll, «Galileo», 691.
[78] «Recordemos la frase del físico-historiador francés Pierre Duhem: “La lógica estaba de parte de Osiander, Belarmino y Urbano VIII y no de la de Kepler y Galileo:... los primeros habían captado el exacto significado del método experimental, mientras los segundos se habían equivocado”» (J. A. Yoldi, El caso Galileo, p. 17). En la misma línea Feyerabend: «La Iglesia de la época de Galileo se atenía más estrictamente a la razón que el propio Galileo, y tomaba en consideración también las consecuencias éticas y sociales de la doctrina galileana. Su sentencia contra Galileo fue razonable y justa, y sólo por motivos de oportunismo político se legitima su revisión» (P. Feyerabend, Contra la opresión del método, Frankfurt, 1976, 1983, p. 206).
[79] El discurso puede verse en http://www.euskalnet.net/jcgorost/Discurso_jpii31Oct1992.pdf
[80] W. E. Carroll, «Galileo», 689.