NIDA Y LA EQUIVALENCIA DINÁMICA

Nida, su estudios e interpretaciones al respecto y especialmente su obra Toward a Science of Transalting, han sido de vital importancia para el desarrollo posterior de las ideas traductológicas, siendo incluso un punto de referencia clave en la teoría de la traducción.

DIFERENCIAS ENTRE NIDA Y LA TEORÍA LINGÜÍSTICA

Para comenzar, conoceremos las propuestas de Nida comparándolas con las teoría lingüística. La teoría lingüística pretendía la búsqueda de correspondencias entre estructuras superficiales de dos lenguas, haciendo hincapié en la forma del mensaje; Nida traslada el énfasis al sentido, al receptor y a su reacción ante el texto traducido. Lo que hace es ampliar la idea de equivalencia y, sobretodo, enfatizar el concepto de comunicación. En segundo lugar, mientras la teoría lingüística cree en las soluciones prácticamente únicas, Nida junto con Taber, abogan por la posibilidad de varias traducciones correctas. Todo dependerá de que el lector medio a quien va destinada la traducción sea capaz de entenderla correctamente. La tercera diferencia es que para Nida traducir es algo más que una simple tarea lingüística, otorgándole importancia a la sociología de la recepción y a las diferencias culturales que pueden ser para el traductor un foco de tensión mayor aún que las diferencias lingüísticas. La cuarta estriba en el carácter científico que pretende dar a sus ideas traductológicas, aunque nunca pierde de vista que la traducción es también un arte. Y la última se centra en la introducción en su discurso la idea del proceso de traducción.

ANTECEDENTES

Para ponernos en antecedentes, conocemos que Nida fue miembro de la Sociedad Bíblica Americana, cuyo interés radica en que la palabra de Dios llegue a todo el mundo, es decir, en la eficacia de la comunicación del mensaje original entre las culturas. Desde su posición, observa que el concepto convencional de traducción va cambiando, que ya no importa tanto como antes la forma del mensaje, sino que éste sea inteligible, que el receptor reaccione debidamente. Y es que hasta entonces, los traductores bíblicos, en su afán por conservar una correspondencia formal y gramatical, habían sacrificado el contenido del mensaje dificultando así su comprensión. Así que con el tiempo se dedujo que lo importante es que el sentido del mensaje quede claro en el nuevo contexto cultural y funcione de la misma forma o similar que funcionó en los lectores del original, siendo lo de menos el aspecto formal que cada uno conlleva. De este modo y como traductor de la Biblia y teórico, el pragmatismo de Nida se traduce en la mucha importancia que da a lo que se dice en el original y la poca que para él tiene la forma en que se dice. Conocedor de las teorías de Chomsky y la distinción que hace de dos niveles o estructuras en cualquier tipo de oración, considerando primer nivel o estructura profunda (lo pensado) común a las dos lenguas en juego, Nida deduce que lo que en realidad se transforma en la traducción es el segundo nivel o estructura superficial (aquello que decimos o escribimos). Además de en Chomsky, Nida se apoya en el generativismo y su visión del lenguaje como un mecanismo dinámico capaz de generar un infinito número de manifestaciones, para formular que lo que debe hacer el traductor es ir más allá de las listas de correspondencias estructurales e intentar describir los mecanismos por los que el lenguaje global es descodificado, transfiriendo y transformando en las estructuras de otra lengua. Lo que en el fondo está en juego es la distinción de la teoría lingüística entre traducción libre y traducción literal. La segunda mira hacia el texto de origen, mientras que la primera intenta reproducir el mensaje de acuerdo con las estructuras propias de la lengua meta. Así pues, se puede decir que Nida opta por el sentido y no por el literalismo. Sin embargo, se puede distinguir una tercera vía entre ambos extremos, donde el traductor, según el problema que en ese momento afronte, unas veces se inclinará por el sentido literal y otras por la paráfrasis.


LA TRADUCCIÓN DINÁMICA Y EL TRADUCTOR DINÁMICO

Por su parte, Nida propone para que, dada la diferencia de sus contextos culturales e históricos, se dé equivalencia entre las respuestas de los receptores del original y los de la traducción, o lo que es lo mismo, equivalencia dinámica, un proceso de descodificación y recodificación (o desmetonimización y metonimización) en el que se reproduzca el sentido que intentaba el autor, con la condición de que el traductor conserve intacto el contenido, a pesar de que para ello tenga que reestructurar radicalmente la forma, siempre según lo que dictamine el genio de la lengua de llegada. Este proceso consta de tres etapas: 1) se retrotransforma la estructura superficial del texto original en su núcleo; 2) se transfiere ésta a la estructura profunda de la LT sin alterar el mensaje; y 3) se reestructura esta estructura profunda en una estructura superficial en la LT que se ajuste a la lengua receptora y a los presuntos receptores. Una vez completado el proceso, se comprueba la traducción. Lo que se pretende es comprobar la reacción de los destinatarios del texto traducido; a mayor equivalencia de respuesta, mayor equivalencia dinámica. Así pues, la traducción equivalente dinámica se concreta principalmente en numerosas amplificaciones y en algunas modificaciones, garantiza el que el texto no corra ni el más mínimo riesgo de ser malentendido por sus destinatarios y una respuesta equivalente por parte de éstos. Introducirá un cierto grado de redundancia, repetirá información, cambiará el orden lingüístico para acoplarlo al orden de los acontecimientos, será lo más fluida posible y sonará tan natural como la propia lengua, con el fin de que sus receptores no tengan ningún problema en descodificarla. Pero un modelo así deja marcado el texto el con el hierro candente del traductor, liliputiza las posibles lecturas de éste y desdibuja las diferencias culturales. De esta manera se vuelve problemático cuando está por medio el arte, la poesía, la narrativa y la filosofía para ser traducido. Y es que el principio de equivalencia debilita en estos casos las alas de la imaginación, tanto la del traductor como la de los receptores de la traducción, la sensación de extrañeza, el interés por otras culturas y otras gentes, y rompe en cierto modo ese contrato tácito de fe y aprendizaje entre autor y lector, un contrato que permite al primero introducir elementos propios de su cultura y deja a éste creer en el universo que aquél describe y asimilar lo ajeno. Además de ello, al cambiar el decorado de la carga comunicativa por exigencias de la cultura receptora o del nivel educativo de los destinatarios de la traducción, Nida opta por cambiar la forma del mensaje, es decir, el traductor ha de utilizar el lenguaje de la masa y añadir la información que el lector medio a quien va destinada la traducción necesite para poder entenderla correctamente. Lo que ocurre es que esto representa un intento de subordinar el arte a la sociología, un intento que sólo sería justificable si somos contrarios a que una cultura evolucione. El traductor dinámico no fuerza su idioma más que lo justo para sacar el máximo rendimiento a sus intereses, establece la frontera entre lo ajeno y lo propio más cerca de lo último que de lo primero, y así nunca sabremos ni lo que puede dar de sí la lengua receptora ni hasta donde puede llegar su evolución, y menos aún la de la cultura en que ella se haya inmersa. El traductor dinámico ha de conocer, además, las sutilezas del significado, los valores emotivos de las palabras, aquello que caracteriza a un estilo, las dos lenguas en juego; y por supuesto, ser un experto en la materia y tener la sensibilidad lingüística de un escritor. Por su parte, el traductor nidiano es arbitrario, porque cuando se trata de acotar sentidos no lo hace indiscriminadamente; unas veces se excede en sus deseos de explicitar y otras no llega, no dejando nunca clara la línea entre lo que se ha de explicitar o no. Todo esto implica que cuando el traductor dinámico delimita un sentido, plasma a la vez su respuesta personal y además asume que los receptores de su traducción van a responder como él. Tendrá también que admirar al autor original e identificarse con él, con sus ideas, sentimientos, visión estética del mundo, etc. Tendrá que compartir su mismo talento, su mismo trasfondo cultural, para conseguir lo que parece imposible: producir con su texto un efecto equivalente en otra cultura.

Para resumir, Nida con su teoría para que se dé que se dé equivalencia dinámica, es que reproduzcamos en la LT tanto el sentido como el estilo del mensaje de la LO. Y en caso de tensión entre el sentido y el estilo, apunta que en aras del sentido habrá que sacrificar el estilo. En su interés por acotar el sentido de un texto, lo que propone es deshacer ambigüedades añadiendo explicaciones para que el sentido quede lo más claro posible ante los ojos del receptor. Esto se complica cuando la traducción es literaria. Así que el traductor literario se encuentra siempre ante un panorama de dualidades entre las que tiene que elegir: el contenido frente a la forma, el sentido frente al estilo, la equivalencia frente a la identidad y la naturalidad frente a la correspondencia formal. De la mano de Nida, se inclinará siempre por la primera parte de la disyuntiva. Reproducirá el mensaje aun a costa de sacrificar la forma de las expresiones.


BIBLIOGRAFÍA

MOYA, Virgilio (2004), La selva de la Traducción. Teorías Traductológicas Contemporáneas, Ed. Cátedra.

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